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Barranquilla, Atlántico, Colombia
Primero esencialmente caribe, después ambientalista, arquitecto, avaluador, urbanista. Distribuyo mi tiempo entre dos descansos: el del sopor de la tarde y el de la buena noche. Y, entre los dos, uno que otro cada vez que se puede. Lo suficientemente rápido para que mis hijos me digan ¡La tortuga veloz!

14 abril, 2009

RODRIGO SANCHEZ RONDON (Q.E.P.D)

En los inicios del mes de Barranquilla, la intolerancia, el desequilibrio de los excesos, y quien sabe que otros oscuros intereses y emociones se llevaron, antes de tiempo, a Rodrigo Sánchez Rondón. Nuestro común lugar de encuentro fueron los patios, la biblioteca y las salas de conferencias de la sede 20 de julio de la Universidad del Atlántico.
Antes de terminar un escrito sobre su alegre y deslumbrante personalidad, su hermana, Dorlly Sánchez Rondón, me envió este mensaje, el cual reproduzco como un homenaje al amigo que se ha ido antes de tiempo. “Con infinito dolor comparto el fallecimiento de mi hermano victima de la violencia a la que nos hemos acostumbrado a vivir los colombianos, una nunca cree que puede tocar a nuestros seres amados, nos hacemos impotentes ante las adversidades, frágiles ante la realidad, apoderados del miedo que ahoga el grito de la justicia.
Refugiada en la oración, en el amor y la dignidad, elevo mi voz al Padre Celestial e imploro por el descanso eterno del hombre, del hijo, del padre que le acortaron su derrotero, sus sueños y esperanzas, que dejan heridas profundas en sus hijos, hermanos, en su familia y amistades, que lloraremos por siempre su partida aunque las lagrimas dejen de correr en nuestros rostros, continuaran secas dentro de nuestro ser, moraran con el recuerdo de un RODRIGO que cumplió con el legado que le impartieron en un hogar de principios, fue honesto, trabajador y se educó para entregar sus conocimientos a la sociedad, aportó y fue dadivoso con todo aquel que estaba cerca de él, que acudía a su sapiencia profesional, escogió las ciencias del derecho para impartir justicia, hoy su inteligencia dejó de brillar, su voz fue callada, su razón fue ahogada, pero su devenir en la vida, con sus altibajos, iluminará con certeza los caminos de sus hijos que recogerán la savia cristalina de la sabiduría.
Con amor su hermana,
Dorlly En nombre de mi familia y del mío agradecemos las manifestaciones de solidaridad, el acompañamiento y los mensajes recibidos en estos momentos de tristeza y de realidad, reconforta el reencuentro de familiares y amigos, sentir de muchos el reconocimiento expresado del amigo, del hombre de bien, hace más llevadero el dolor.
Dios los bendiga por estar presentes”.
Solo me queda presentarle mis respetos.

09 abril, 2009

Hay que cambiar el alma

Replico este articulo publicado en El Tiempo porque me parece del c...! Le presento mis disculpas al autor por no pedirle autorización antes.... ¡Sigan pedaleando para que no se caigan! ¡Es la vida! Hay que cambiar el alma
Por Saúl Hernández Bolívar
La práctica de buenos hábitos podría mejorar la vida de todos.
Octubre 14 de 2008
Dice el escritor Fernando Vallejo que si a Colombia le sustraemos los guerrilleros, los paramilitares, los narcotraficantes, los políticos corruptos y demás depredadores de la zoología nacional, nada se arregla porque quedamos los colombianos. Y es que la ironía del aserto radica en nuestra dificultad de reconocer la porción de culpa que a cada cual nos cabe dentro de una realidad que a menudo nos agobia y nos hacer perder la fe en nuestro futuro como nación.
Y lo peor es que ni haciendo el intento de compararnos con modelos de vida que nos seducen alcanzamos a reconocer esas fallas que nos alejan del ideal soñado y, por el contrario, tendemos a arraigar más profundamente nuestros defectos. Los colombianos solemos creer que el anhelado ideal de progreso y bienestar nos va a caer como maná del cielo, sin hacer los esfuerzos suficientes, y eso nos lleva rodando de frustración en frustración, echándoles la culpa a otros y poniendo cara de pendejos para fingir que no entendemos que la culpa es de nosotros mismos.
Vale la pena preguntarnos qué fue primero en las sociedades desarrolladas: ¿si el huevo de una idiosincrasia más responsable, comprometida, recta y juiciosa, o esa suculenta gallina de la prosperidad? Parece claro que lo primero conduce a lo segundo, no al revés. No es la riqueza la que nos puede hacer virtuosos, sino al contrario: cuando seamos probos saldremos de pobres, pero lo que no está claro es ese 'cuándo'.
Si bien sobran los incrédulos que cuestionan cualquier señalamiento que se haga a nuestra (in)cultura como fuente esencial de nuestros problemas -acaso porque no quieren reconocer fallas que no sean atribuibles al sistema, a la oligarquía y demás-, es fácil demostrar que la práctica sistemática y extendida de buenos hábitos en una sociedad podría mejorar sustancialmente la vida de todos.
Pensemos cómo nos cambiaría la vida si fueran comunes conductas como las señaladas a continuación y muchas otras que cada quien puede formular:
Ser puntuales. No orinar en la calle. No tirar basuras en cualquier parte. Usar los puentes peatonales. Utilizar los paraderos de buses. No comprar productos falsificados. No comprar contrabando. No comprar sin factura. No llenarse de hijos que no podamos educar y repitan el ciclo de pobreza. No dar limosnas en la calle. No vender el voto. No ofrecer sobornos. No pedir mordidas. No hacer serruchos. No fomentar las roscas. No conducir con tragos. No beber en exceso en ningún caso. Respetar las normas de tránsito. No exceder peligrosamente los límites de velocidad. No ejecutar maniobras indebidas al conducir, como invadir el carril contrario. No torturar a los vecinos con fiestas ruidosas hasta el amanecer. Reciclar en la fuente. Sembrar árboles y jardines. Etcétera. Etcétera. Etcétera.
No niego que esta lista de buenos deseos parece un inventario de lujos superfluos de ciudadanos suizos, escandinavos o japoneses, ilógicas en el marco de nuestra barbarie cotidiana, pero si no somos capaces de ajustarnos a unas minucias que no implican grandes luchas, mucho menos vamos a ser capaces de darle un giro categórico a nuestro devenir. El 'cambio' ha sido y seguirá siendo la consigna de todos los políticos, pero esa transformación nunca, en ninguna parte, ha sido fruto de la demagogia y menos aún de las leyes, como esa manía de estar escribiendo nuevas constituciones. El 'cambio' no se decreta.
Más bien, la cuestión florece cuando un alto porcentaje de pobladores llega a aborrecer sus vicios y encuentra que el único camino para el cambio es practicar sin reservas el vivir noble que anhelan; y eso significa, ni más ni menos, dejar de hacer cada cual lo que se le da la gana -colombianadas que llaman-, que es por lo que Vallejo intuye que el problema somos todos y por lo que Íngrid Betancourt concluye que es necesario y urgente 'cambiar el alma del pueblo colombiano'. ¿Será posible algún día?
Publicado en el periódico El Tiempo, el 14 de octubre de 2008 (http://www.eltiempo.com/).